viernes, 24 de abril de 2015

David Foster Wallace en The affair

En el último capítulo de  la primera temporada de la serie de televisión The affair, premiada con el globo de oro a la mejor serie dramática, hay una escena en la que Noah, el personaje de Dominic West, tiene que presentarse de 9 a 3 en una sala de reclusión por mala conducta. Allí, los afectados pasan el tiempo como pueden, leyendo, mirando al vacío o a su móvil -¿con idénticos resultados?-, desesperándose en su aburrimiento... Nada más llegar, Noah conoce a Víctor, quien pasa el tiempo absorto en la lectura de un grueso tomo, despreocupado del entorno, de su sino. En un arreglo kafkiano de los guionistas, Víctor espera a que se resuelva la acusación de la que ha sido objeto y cuya tramitación lleva en suspenso dos años por la huelga de los funcionarios que deben ocuparse del expediente. Noah le dice, refiriéndose al libro que sostiene, que él nunca ha podido terminar de leerlo. Él contesta: "nadie lo la hecho", y admite a su vez que es la segunda vez que lo intenta. El televidente puede leer el título, es La broma infinita (Infinite Jest, 1997) de David Foster Wallace. Me pregunto si este cameo de una novela de Wallace no deja de ser un sentido homenaje a su obra. Es conocido que los meses previos a su trágica desaparición Wallace veía la serie The wire, de la que era un fanático, una serie cuyo protagonista era precisamente Dominic West. Me pregunto igualmente cuál habría sido la reacción de Wallace al verse incluido en una serie de máxima audiencia -Wallace escribió mucho sobre televisión, un medio que le obsesionaba-, aunque fuera en tono peyorativo (también me pregunto si es realmente peyorativo aludir a un libro como interminable o si, por el contrario, se trata de un elogio, de hecho, el mayor que un libro pueda recoger) -Nota: a lo largo del capítulo Víctor pasará a leer la trilogía de El señor de los anillos -en volúmenes separados, qué horror- (desconocemos si consigue terminar La broma infinita) y Noah escribirá en su portátil la novela que finalmente le proporcionará el éxito-.
La broma infinita es la gran novela de David Foster Wallace, la que se considera su obra maestra, la que se incluye en la lista de las mejores novelas norteamericanas del siglo XX, la novela por la que fue preguntado en cada entrevista, su novela más extensa -bueno, la suya y la de casi cualquier otro- (1071 páginas, si no me falla la memoria -en realidad me fallaba, eran 1079-)-. Alguien -Stephen Burn, el mismo que recopilara las entrevistas para las Conversaciones con David Foster Wallace- había escrito una guía sobre cómo leer La broma infinita, en serio. Hay una página de wikipedia en la que los lectores pueden dejar sus propias anotaciones, página por página. También hay una guía escena por escena (por ejemplo, en la escena 26, en el capítulo 10, de las páginas 79 a 85: "Gerhard Schitt y Mario hablan sobre la teoría del juego"). Existe una página en castellano, Verano infinito (2012), creada por unos aventureros que intentan superar, por sexta vez, la página 300 -ahí se puede leer el texto escrito por los profesores -o lo que sean- Matt Bucher, Nick Maniatis y Kathleen Fitzpatrick (si tuviera que inventar los nombres de unos analistas de La broma infinita no se me hubieran ocurrido unos mejores, ¿a que son unos nombres maravillosos?) titulado Cómo leer La broma infinita y que consiste en un compendio de recomendaciones -algunas tan originales como "confía en el autor" o "persevera hasta la página 200", otras tan evidentes como "lee las notas" -David Foster Wallace no es David Foster Wallace sin las notas, todo el mundo lo sabe-, ridículas como toma notas y utiliza post-it, y sorprendentes como "maltrata tu ejemplar",.., además, sabemos que algo pasa con la página 223, creo que está maldita o algo- aparecidas en la página web original Infinite summer, de la que parece haberse derivado Verano infinito -desde donde también podemos acceder a una interesante entrevista al editor de Wallace, Michael Pietsch, que desvela algunas contestaciones del escritor a ciertas correcciones de Pietsch y que no tienen desperdicio ("p. 52 – Esta es una de mis frases Swiftianas favoritas de todo el manuscrito. Y voy a eliminarla, canalla")-. Pienso -en un momento de lucidez inusual- que va a ser menos traumático leer directamente La broma infinita que todas las guías, textos, consejos, notas, blogs, webs,..., que pretenden facilitar la lectura de La broma infinita. A lo mejor esa es la intención de sus autores -o bien suplantar definitivamente a David Foster Wallace-, es decir, desalentar al lector potencial de La broma infinita, que, ante tanto consejo y prolegómeno y sugerencia, decide, bien abandonarse a la lectura del libro, bien olvidarse de su existencia, cualquier cosa antes que enfrentarse a todas esas guías. Por mi parte tengo que decir que Wallace es uno de mis escritores favoritos, que yo tampoco he podido leer La broma infinita, que no pasé de las primeras cien páginas, y que lo voy a intentar de nuevo, que no sé cuándo pero que lo voy a intentar, y que no voy a parar hasta que lo consiga, de verdad.

jueves, 9 de abril de 2015

Los fantasmas de Kobayashi, Lafcadio Hearn y Soseki.

Hace unos días volví a ver El más allá (Kaidan -historias de fantasmas-, de 1964) de Masaki Kobayashi. La recordaba como una obra poética, más turbadora que terrorífica -tanto que pensaba en ella en blanco y negro (cuando en realidad es en color, con una inquietante fotografía (esa luz..., me digo, parece surgida de un sueño) de Yoshio Miyajima)-. En los créditos de inicio descubro que se basa en cuatro relatos de Lafcadio Hearn, pertenecientes a su libro Kwaidan: Historias y estudios de cosas extrañas, de 1903. La música (más bien el sonido) es de Toru Takemitsu, colaborador habitual de Kurosawa. En la primera historia, Pelo negro, un samurái abandona a su mujer para mejorar en estatus social, cuando regresa, arrepentido, ella le está esperando; La mujer de la nieve sorprende a unos leñadores perdidos bajo una tormenta invernal, mata a uno de ellos y perdona la vida del otro a cambio de su silencio; El hombre sin orejas es un trovador que cada noche recita el poema épico de una antigua batalla ante los espectros de los derrotados; en La taza de té un samurái adivina el rostro de un desconocido reflejado en la superficie, esa noche tendrá que batirse con él.
Recordaba vagamente el nombre de Lafcadio Hearn. Meses atrás había buscado uno de sus libros, que finalmente no encontré. Hearn nació en Grecia pero en 1890 se trasladó a Japón y terminó adoptando nacionalidad y nombre japoneses. Escribió artículos para The Harper´s Magazine, al igual que haría un siglo después David Foster Wallace. Quiso la providencia que esos días estuviera releyendo El caminante (1912) de Soseki. Resultaba paradójico que Hearn se instalase en Japón en plena era Meiji -época de apertura a Occidente (una cuestión presente en las novelas de Soseki -el desencuentro entre costumbres-, quien, a su vez, modernizó la escritura japonesa -la influencia de escritores rusos era obvia (por ejemplo, el personaje central de Daisuke lee Los siete ahorcados de Leonid Andréiev), además, Soseki, de joven, había (mal)vivido en Londres una temporada antes de publicar-)-, es decir, Hearn escapó a Japón justo cuando Japón -y Soseki- miraba a Occidente). En la introducción de El caminante, por Carlos Rubio, se lee que Soseki sustituyó en la universidad de Tokyo a Lafcadio Hearn como profesor de literatura inglesa ("Sus clases era áridas y analíticas a la inversa de las de su ilustre predecesor cuya elocuencia poética seguía resonando en los oídos de los alumnos japoneses"). En 1896 Hearn había publicado Kokoro: Hints and Echoes of Japanese Inner LifeKokoro (corazón) era, igualmente, una de las novelas más aclamadas de Soseki, escrita en 1914. Aquello parecía una de esas coincidencias que parecían perseguirme, es decir, que me diera por revisitar El más allá y El caminante, al unísono, sin conocer el hilo -aunque fino y contradictorio- que los unía.
Que existían vínculos entre Soseki y Hearn y entre éste y Kobayashi era evidente, sin embargo, para cerrar el triángulo fantasmal, debía encontrar algún nexo de unión entre Kobayashi y Soseki. Pero Kobayashi no utilizó ningún libro de Soseki como argumento. Revisando sus biografías creo dar con el dato que buscaba. Kobayashi nació en 1916, el mismo año que murió Soseki (curiosamente, el año de publicación de La metamorfosis de Kafka).